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Sábado 01 de Enero de 2005

Víctor Viñuales (Justo Villafañe) - 2005

La construcción de un desarrollo sostenible es una tarea de titanes. Cada vez va quedando más claro. Los últimos datos sobre los cambios que ya se están produciendo en el clima lo ratifican. Ni siquiera tenemos la seguridad de que lo vayamos a lograr. Desde la Cumbre de Río de Janeiro sobre el desarrollo sostenible hasta hoy nos hemos dado cuenta de dos cosas: primero, la magnitud de los cambios económicos, tecnológicos y culturales a realizar es enorme; segundo, la fuerza de la inercia lo es también. Lo real se resiste a ser cambiado, porque está en su ser, como advertía Ortega y Gasset, quien afirmaba “la realidad es la contravoluntad”. Sin olvidar, lógicamente, la resistencia de aquellos que pierden con el cambio.

Tres actores complementarios

En estos años de trabajo, quienes de forma sincera trabajan desde la administración pública, empresas y organizaciones no lucrativas con la finalidad de construir un desarrollo sostenible, se han dado cuenta con humildad, creo, de que solos no pueden acometer todos los cambios que se precisan. Con frecuencia los tres sectores nos hemos sobreestimado a nosotros mismos. Muchas veces los gobiernos han pensado que con su poder regulador se bastaban para producir cambios significativos. No ha sido infrecuente que la industria confiara las soluciones a nuevas tecnologías, los problemas ambientales se iban a resolver por el lado de las innovaciones científico-técnicas. Finalmente también ha sido común que las organizaciones sociales y las ONG pensaran que la clave de los cambios era la “conciencia” de los ciudadanos. Hoy tenemos que reconocer con humildad que ninguno de estos tres actores por sí solo puede resolver con éxito la enorme tarea.

Desde mi punto de vista en esa sincera humildad está la clave del éxito para lograr, a tiempo, un desarrollo sostenible para este generoso y maltratado planeta. En mi opinión esa disposición, ese reconocimiento de las propias limitaciones, es la condición necesaria para abrirse a los otros actores, para valorar sus aportaciones y para reconocer que el otro es imprescindible para la construcción de un mundo sostenible. Éste exige: nuevos valores, nuevas tecnologías y nuevos precios. Y también exige: medidas coercitivas, medidas educativas e incentivos económicos. El camino hacia una sociedad sostenible está basado en estas dos tríadas, similares en el fondo. Pero el éxito mayor se logra cuando actúan de forma simultánea y complementaria.

Pues bien, para alumbrar cambios en estas dos tríadas, cambios duraderos, cambios profundos, es preciso el concurso complementario y convergente de administraciones públicas, empresas y ONG, tres actores sociales que son sustancialmente diferentes, con responsabilidades muy distintas en la causalidad de las cosas que ocurren, pero con funciones necesarias y complementarias en la generación de soluciones.

Los gobiernos son los encargados de alumbrar nuevas regulaciones públicas, nuevas leyes que fijen nuevas obligaciones. Su papel es fundamental y único: crean los marcos de juego en los que se desenvuelve el resto de la sociedad. Son además quienes tienen el monopolio de la coerción. Y la coerción en lo personal y en lo social es uno de los móviles del cambio. No podríamos circular en automóviles si no hubiera un código circulatorio que regulase nuestras obligaciones.

Las empresas, asimismo, son imprescindibles para que existan bienes y servicios sostenibles. Si, por ejemplo, no hay empresas que producen e instalan paneles solares no es posible desarrollar energías renovables en un país.

Finalmente, si no hay organizaciones sociales que produzcan cambios culturales en la sociedad, ésta no avanzará hacia la sostenibilidad.

Sin embargo, si el camino hacia la sostenibilidad pasa por que empresas, gobiernos y ONG trabajen de forma complementaria, tenemos un grave problema. Hasta ahora un cierto autismo ha sido la común enfermedad de estos tres actores. Han hablado poco entre sí. Aunque todas las posibles relaciones no se encuentran en la misma situación, hay dos relaciones bilaterales que, sin ser óptimas, tienen, al menos, abundantes y antiguas conexiones, la relación de empresas y gobiernos y la relación de gobiernos y ONG.

Por el contrario la relación entre empresas y organizaciones no gubernamentales está empezando, prácticamente, y todavía está interferida por un sinnúmero de prejuicios y a priori -en ambas direcciones- que dificultan la relación. Hay mucho desconocimiento acumulado, mucha incomunicación. Han sido años y años de verse casi como enemigos. Para las empresas, las organizaciones ambientalistas sólo podían fastidiar su negocio. La mejor manera de relacionarse era no verlas. Para las ONG, de forma congruente, las empresas sólo podían ser las agresoras al medioambiente. Parecía haber una incompatibilidad sustantiva entre ecología y economía. Y estando las cosas así, la única relación posible era la no relación. Se trataba, en todo caso, de dialogar en los medios de comunicación o en los tribunales. Para las ONG también existía la posibilidad de presionar al Estado para que, con su clásica política de palo o zanahoria, influyera en el sector empresarial.

La Fundación Ecología y Desarrollo, desde sus comienzos, ha entendido que los tres actores clave del cambio son las administraciones públicas, las ONG y las empresas y, aun participando muy posiblemente de las mismas “narrativas” y prejuicios que el resto de las ONG, ha intentado en sus proyectos ejercitar en todo momento el diálogo con las empresas, entender sus miedos, entender sus objetivos, … De los éxitos y fracasos de esa experiencia he sintetizado lo que desde mi punto de vista podría ser el decálogo que deben recordar las ONG en sus relaciones con las empresas.

Está redactado de una manera provocadora porque quiere buscar el debate y la discusión y no el asentimiento. E intenta responder, de algún modo, a los prejuicios que existen bajo las razones y los datos. Es un decálogo sesgado, está escorado hacia el lado de los malentendidos. No pretende evaluar el conjunto de la relación entre las empresas y las ONG. Y está redactado situándose desde la mirada de las ONG e intentando afrontar las insuficiencias más repetidas en esta relación todavía muy embrionaria y cargada de interferencias emocionales. Aspectos que las ONG recuerdan a cada momento, como el peligro de relacionarse con una empresa que tiene un comportamiento irresponsable con la sociedad y el medioambiente, no se recogen. Ya están presentes en las cavilaciones cotidianas de las organizaciones sociales.

Diez Principios

Primero. Las personas humanas que trabajan en las empresas son personas humanas como las demás. Éste es un principio esencial que deberíamos recordar todas las personas que trabajamos en el tercer sector. Con frecuencia al hacer un juicio descalificatorio global sobre las empresas, sobre cualquier empresa de cualquier sector, estamos olvidando verdades elementales, como por ejemplo la que acabamos de enunciar. Las empresas están formadas por personas y aunque es obvio que son una particular forma de organización social nunca debe el tercer sector, como lo ha hecho hasta ahora, olvidar esta obviedad tan poco recordada. En mi opinión, pues, las ONG deben recordar permanentemente esta sencilla verdad a la hora de establecer relaciones con las empresas. De hecho, en los contactos que tienen con la administración pública, esta máxima sí que se aplica.

Segundo. Nadie es perfecto. Esto se decía en la película “Con Faldas y a lo Loco”, como broche casi final y seguramente nosotros nos lo decimos abundantemente a nosotros mismos para auto exculpar nuestros defectos, pero no lo empleamos tanto para excusar los defectos ajenos. No debemos exigir una perfección a las empresas que, en primer lugar no es humana y, en segundo lugar, nosotros estamos, como organizaciones, lejos de tener.

Tercero. Nuestro objetivo no es juzgar a los demás, nuestro objetivo es transformar la realidad. Lo que sólo es posible si entendemos bien como funciona, siguiendo la vieja recomendación de Spinoza que decía “no juzgar, no condenéis, entender”. La tarea, por tanto, es entender en qué medida tal o cual acción sirve para acercarnos más o menos hacia la sostenibilidad. Las ONG deberíamos no tener tanta prisa en juzgar y deberíamos afanarnos más en entender las razones por las que ocurre lo que ocurre. De otro modo, reducimos problemas que son con frecuencia complejos a la vieja batalla entre el bien, que representamos las ONG y el mal que representan las empresas. Ignoramos las razones contextuales que están detrás de las conductas y, contraviniendo nuestra propia experiencia vital, pensamos que todo se reduce a un problema de voluntad. De alguna manera diríamos que el que quiere, puede. Lo cual, por cierto, no es lo que experimentamos en nuestra propia piel personal u organizacional. Tenemos cientos de ejemplos en los que nuestras intenciones, honestas, van por un lado y nuestras acciones van por otro.

Cuarto. El que avanza debe ser alentado y no castigado. Cuando lo hablamos personalmente lo entendemos muy bien. Si, por ejemplo, uno quiere dejar de fumar, cualquier amigo que se precie de tal debe apoyar positivamente los pasos pequeños que pueda dar en esa dirección. No sería comprensible que alguien en vez de valorar el paso que hemos dado se limitara a denunciar que todavía no hemos logrado el objetivo final. Sin embargo, lo que suele pasar es que, con frecuencia, las ONG exigimos, frente a las acciones parciales de algunas empresas, que éstas cambien todo y ya. Y ahí, como un resultado no deseado pero cierto, lo que acaba pasando es que castigamos más al que avanza pero no castigamos tanto al que no hace nada.

Son comunes las controversias sobre empresas que han introducido discursos y prácticas diferenciales en relación con su sector. Inditex, Ikea, Bodyshop… “Sí -se dice- presumen mucho, pero yo he leído un informe que dice que en realidad…” Y mi reflexión, sobre todo, se dirige a hacer esta pregunta: ¿por qué razón colocamos una lupa, bajo el principio de la presunción de culpabilidad, sobre las empresas que han hecho algo y no lo hacemos sobre las empresas del mismo sector que no han hecho nada? La consecuencia de este proceder es que, a la postre, las empresas que no hacen nada salen beneficiadas, siguen tras las bambalinas, sin que les alcance el escrutinio publico. Por el contrario, las empresas que se han empezado a mover son escrutadas para descubrir qué hay detrás de esas “buenas acciones”. La constatación de ese fenómeno lleva a muchos empresarios a evitar la publicitación de algunas de las acciones positivas que hacen porque argumentan “yo prefiero hacer cosas pero no decirlas”, porque saben que el que dice acaba siendo más escrutado que el que calla.

Quinto. Hay tonos grises. Nos interesan, los apreciamos y queremos ayudar a que el consumidor y el inversor los discrimine. Es más fácil manejarse con el enfoque de dos colores, blanco y negro. Todos estamos educados en el maniqueísmo, desde niños queríamos saber cuando veíamos una película quién era el bueno y quién el malo. Aplicado a las empresas, este enfoque conduce a hacer dos listas: empresas buenas y empresas malas. En el equipo de las empresas buenas no nos atrevemos a incluir a casi ninguna, la que no falla en un punto falla en dos. La consecuencia práctica de esta manera de clasificar las empresas es que sólo las empresas muy malas son castigadas por los consumidores o inversores. Sin embargo, las empresas un poco mejores que el resto no son premiadas por el mercado, nadie reconoce sus esfuerzos superiores en política laboral, medioambiental, social, etc.

En suma estamos impidiendo que haya incentivos económicos para el cambio hacia la sostenibilidad. Con este enfoque sólo queda que el cambio empresarial hacia el desarrollo sostenible sea empujado por la ley o por la convicción de los propietarios. Ambas palancas son necesarias, pero en mi opinión claramente insuficientes. El objetivo de las ONG debería ser que, por decirlo de una forma claramente comprensible, las empresas que producen bienes o servicios más sostenibles sean más rentables, tengan más cuota de mercado y ganen más dinero que aquellas que no lo son. De este modo, también por conveniencia económica las empresas irán caminando hacia la sostenibilidad.

Sexto. Cambiemos los contextos. Tan o más importante que cambiar a las personas es cambiar las situaciones en las que esas personas se desenvuelven, esto lo decía muy bien Bertolt Brecht, que decía que el hombre nuevo no es sino el hombre viejo colocado en situaciones nuevas.

Muchas veces estamos empeñados en cambiar a las personas y no cambiamos nada las situaciones. Aplicado a las empresas, el enfoque que planteo en este punto es que a veces la empresa X funciona de una manera negativa para la sostenibilidad porque las reglas de juego creadas en las que la empresa se desenvuelve la empujan en esa dirección. Pondré un ejemplo. En muchas ciudades españolas la empresa que gestiona los residuos cobra por tonelada enterrada. Con esta fórmula, el interés particular de la empresa es enterrar cuantas más toneladas mejor, lo que va en contra de la política oficial que pretende enterrar el menor número posible de toneladas. Bastaría con que el ayuntamiento responsable cambiara el tipo de contrato y estableciera estímulos económicos al reciclaje para que el interés económico particular de la empresa y el interés general de la sociedad coincidieran de nuevo. Hay que crear situaciones en las que se haga coincidir el interés general y el interés particular, de manera que la fuerza de las empresas empuje hacia la sostenibilidad. Pero este enfoque, bastante razonable y comprensible, queda dificultado por la mera explicación del comportamiento de las empresas a partir, solamente, de la aplicación de una regla sencilla: las empresas se portan mal para el medioambiente porque son malas.

Séptimo. Que los hechos de las ONG no vayan muy distanciados de sus palabras. Las ONG predicamos con frecuencia con nuestra voz y eso está bien, la creación de nueva cultura es una de las tareas fundamentales de una organización no lucrativa. Ahora bien, deberíamos también, a no mucha distancia de nuestras palabras, predicar con nuestra conducta, con nuestros hechos. Las empresas pueden sentirse más interpeladas por nuestros actos que por nuestras voces.

Y yo oí hace muy poquito en América Latina una anécdota de Gandhi y la transcribo a continuación, pidiendo de antemano disculpas a Gandhi por los errores que pueda cometer mi flaca memoria: “una mujer llevó a su hijo a Gandhi y le dijo que, utilizando su capacidad de influencia, le dijera a éste que no comiera dulces. Gandhi le dijo: -Vuelva dentro de tres semanas. La mujer, que había venido de un pueblo que estaba a un día de camino y había venido andando, se fue y a las tres semanas volvió. Gandhi la reconoció, se acercó a la oreja del niño y le susurró algo al oído. La madre le preguntó: -¿Qué le ha dicho?, y Gandhi le respondió: -Le he dicho que no coma dulces, que es malo. La madre no pudo resistirse y le dijo que cómo no se lo había dicho tres semanas antes, así se hubiera ahorrado el viaje de ida y de vuelta. Gandhi le contestó: Es que yo hace tres semanas también comía dulces.

Yo creo que si nos aplicáramos este principio de congruencia, muchas ONG, seguramente, tendríamos que alzar la voz con más matices y con más humildad.

Octavo. Hay que hablar con las empresas… y mucho.
Antes de intervenir públicamente, antes de hablar en voz alta a través de terceros, es muy recomendable hablar bajito con las empresas afectadas, para oír sus razones, para que oigan las nuestras. El diálogo también es una potente herramienta de transformación social. El que dialoga transforma y se transforma. Hay que exponerse al riesgo de cambiar si uno quiere empujar el cambio en el otro. De un diálogo sincero nadie sale indemne.

Noveno. No hacer juicios de intención. A veces salen, pero en lo posible hay que evitarlos. Atenerse a los hechos es un terreno más firme porque en los juicios de intención nos podemos perder. Por ejemplo, las empresas hacen esto porque es un lavado de imagen, las empresas hacen esto por ganar dinero. Bien, en la novela El guardián entre el centeno de J. D. Salinger, el protagonista en un momento determinado se pregunta “¿y cómo sé yo si quiero ser abogado por defender a los débiles o porque me vean defendiendo a los débiles?” ¿Y cómo sabemos nosotros, las gentes que estamos en las ONG trabajando por un desarrollo sostenible, que lo que hacemos lo hacemos por el bien de la biosfera o para que nos vean trabajar por desarrollo sostenible, con un pecado leve o grave de vanidad? Seguramente ni uno en su fuero interno lo puede saber. La interrogación sobre los juicios de intención, desde mi punto de vista es poco útil.

Por otra parte, nuestra constitución consagra el principio de presunción de inocencia, no el de culpabilidad, como a veces practicamos. De entrada, la empresa es culpable. Si hace cosas malas, por eso mismo y, si hace cosas buenas, porque sus intenciones últimas no lo son. Con este tipo de pensamiento circular, que no deja salidas para el cambio, estamos, en la práctica, diciendo: el desarrollo sostenible sólo vendrá como consecuencia de la acción de los poderes públicos que obligará a las empresas a practicar la sostenibilidad aunque no quieran. Lo cual, desde mi punto de vista, significa sobreestimar en mucho la capacidad y voluntad de los gobiernos y subestimar la capacidad reactiva de las empresas.

Décimo. Debe señalarse positivamente con el dedo a las empresas que están desarrollando acciones e iniciativas mejores que sus homólogas. Y debemos hacerlo para lograr dos cosas complementarias: que consumidores, públicos y privados, conozcan a qué empresas deben premiar con su dinero y para, por vanidad y vergüenza, estimular el cambio de las empresas, que se ven calificadas públicamente ante la sociedad. Y debemos hacerlo asumiendo los riesgos que eso comporta, asumiendo las equivocaciones, porque si nadie prescribe, si nadie señala positivamente, lo que acaba ocurriendo es que las empresas mejores no obtienen ninguna recompensa por su esfuerzo.

Son 10 principios que señalan un “deber ser” y contrastan con 10 debilidades frecuentes en la manera en las ONG enfocan sus relaciones con las empresas. Y están redactadas desde la experiencia y la reflexión autocrítica de una organización no gubernamental como la Fundación Ecología y Desarrollo.

Quizás, para comprender más el fenómeno de las relaciones entre ONG y empresas faltaría que alguien escriba, desde el lado de las empresas, un decálogo que establezca qué principios deberían seguir las empresas a la hora de relacionarse con las ONG. Y también sería bueno que, como así se han redactado éstas, escribiera con la finalidad de afrontar los vicios e insuficiencias más comunes.

Una relación fecunda entre empresas y ONG es , desde mi punto de vista, una magnífica palanca de cambio hacia el desarrollo sostenible. A desarrollarla pretende ayudar este decálogo.

Publicado en Justo Villafañe dir., 2005 Informe anual. La comunicación empresarial y la gestión de los intangibles en España y Latinoamérica, Pirámide, Madrid, 2005, pp. 249-254.

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