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Sábado 24 de Julio de 2010

Por Carmelo Marcén Albero

Desde que el pasado 20 de abril reventó una plataforma de explotación de petróleo en aguas del Golfo de México se están vertiendo al mar entre 8,5 y 16 millones de litros diarios de crudo, de los cuales solo una pequeña parte se ha logrado recoger o quemar.
Con ese petróleo derramado se alcanzaría el 6-11% de las importaciones españolas diarias. El cuarto viaje a la zona del presidente Obama desde que comenzó la catástrofe habla de la importancia que para su gobierno tiene el desastre. La prensa americana sigue al detalle su evolución mientras la europea está menos atenta -seguramente muchos españoles no podrían dar muchos detalles de este suceso- excepto la británica, muy preocupada por los efectos económicos que pueda tener en las islas. El diario The New York Times informa puntualmente a sus lectores de la evolución de la mancha y de los barriles emitidos; agencias de noticias y periódicos locales de Nueva Orleans dan cuenta de la actuación del voluntariado, de las preocupaciones colectivas e incluso muestran en tiempo real la evolución de la mancha. El huracán Katrina, que asoló esas mismas costas en agosto de 2005, enseñó a los norteamericanos que la correcta gestión de las catástrofes es vital para reducir sus efectos; de hecho a finales de junio aceptaron la ayuda en tecnología ofrecida por varios países y agencias internacionales.
Parece que el origen de la catástrofe está en alguna maniobra equivocada de la petrolera y en el descuido de las autoridades a la hora de controlar las actividades industriales de alto riesgo para la población, incluso ahora se debate en USA la moratoria de Obama para nuevas extracciones. Aunque la petrolera British Petroleum ha comprometido sumas cuantiosas para reparar una pequeña parte del daño causado, los gastos para contener el derrame crecen sin cesar, los efectos ambientales en el mar y en la costa también. Los perjuicios ecológicos, económicos y sociales en los estados americanos y caribeños tardarán años en repararse, mientras los precios de crudo se multiplican sin cesar y las grandes petroleras, Repsol y Cepsa entre ellas, recogen beneficios a raudales.
La historia de los desastres ambientales se repite en todo el mundo y para revisarla se puede acudir a incidentes cercanos en España: Aznalcollar y el Prestige. En estos casos los causantes han conseguido eludir sus responsabilidades, y algunos todavía están inmersos en procesos judiciales eternos. El vertido tóxico de Aznalcollar -algunos lo llaman accidente- ocurrido en 1998 vio limitados sus efectos por la rápida intervención de las administraciones y la puesta en marcha de cuantiosos recursos sufragados con dinero público. La empresa causante, Boliden, salió indemne.
El diario La Voz de Galicia hablaba esta semana de que el macrojuicio por el vertido del Prestige -expulsó al mar la mitad de las toneladas que lleva vertidas la plataforma de BP hasta ahora- que se va a celebrar próximamente, está enmarañado con la presencia de centenares de testigos y la ausencia de presuntos responsables de la administración y de las empresas.
Es curiosa la perspectiva que los ciudadanos tenemos de los problemas ambientales según donde ocurran. Los ecobarómetros europeos muestran una diferente preocupación por idénticos problemas si suceden en el propio país o en otro: las preocupaciones a escala local no coinciden con las alarmas globales. El desastre del Prestige era el cuarto motivo de interés en España en las encuestas del CIS en diciembre de 2003 (26,4%) mientras que en mayo de 2010, en similares muestreos, los problemas ambientales solamente preocupan al 0,4% de los españoles, y los vertidos de petróleo ni siquiera aparecen.
No es bueno olvidarse de estos sucesos. Examinar las desgracias de los otros ayuda a fortalecer las posibilidades de acción propias, fomenta la prevención de las administraciones y modifica la cultura social. Se ha aprendido que la celeridad en algunas actuaciones ha sido fundamental para evitar mayores afecciones, también la dotación de recursos. Se está poniendo en marcha un derecho comunitario ambiental que empieza a dar sus frutos, aunque lentamente. Varias ONGs de España y del mundo reclaman un cambio radical en la política y en la gestión energética global. No podemos dejar pasar esta oportunidad.


Es tiempo de actuar

Es el momento de dejar de pensar que puede hacer el planeta por ti y pensar qué puedes hacer tú por el planeta.

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