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Sábado 04 de Diciembre de 2010

Por María José González - Consejera de Ecodes. Profesora de la Facultad de Derecho (Universidad de Zaragoza).

Fue Spinoza quien afirmó que el hombre está compuesto de deseo y razón. De ahí que comprender a cada hombre pase por conocer y comprender sus deseos y razones pero ni unos ni otras son universalmente aceptadas o compartidas. Nuestros deseos y razones podrán coincidir, al menos en parte, si somos partícipes de una misma identidad cultural. Pero, a día de hoy, convivimos con quienes tenemos mucho en común y también con quienes tenemos bastante menos. Ambos forman parte de nuestra realidad tanto como nosotros de la suya. La grandeza y el desafío a un tiempo de la democracia pasa por ser capaz de organizar una convivencia pacífica en la que la pluralidad, la diversidad y hasta el conflicto hallen acomodo y acuerdo.

SIN EMBARGO ese equilibrio político que llega con la democracia y que supone respetar al diferente, proteger al débil y promocionar al hábil sólo puede conseguirse si antes de ser una aspiración colectiva ha sido una aspiración individual. Así fue visto por Gandhi para quien la madurez social sólo llegaría si los individuos que componen esa sociedad también son maduros y lo son si pueden argumentar y así hacer entender sus razones y deseos. En ese sentido, con la argumentación como explicación de lo que somos y planteamiento de lo que queremos llegar a ser viene el entendimiento y, con él, la aceptación respetuosa indispensable en nuestras sociedades complejas y multiculturales.

NO OBSTANTE, a la luz de un reciente Informe de TNS Demoscopia los estudiantes de entre 8 y 16 años dedican una media de hora y media al día a estudiar mientras que pasan cuatro y media ante la pantalla bien sea del televisor, del ordenador o de la consola. Con esa proporción nuestros jóvenes serían algo así como una "generación de pantallas" cuyo presente ávido de imágenes relegaría a un lugar secundario y menor la argumentación, la dialéctica y no digamos la retórica. No es ésta una censura a la imagen, pero sí a su exceso porque entumece nuestra imaginación y embota nuestra sensibilidad vacunada ante las continuas escenas de catástrofes y violencia cuya profusión no hace sino trivializar las desgracias y banalizar las injusticias. No se trata de no ver sino de saber reflexionar y poder debatir sobre el alcance humano de lo visto dedicando para ello un tiempo prudencial y adecuado para cada cosa lo cual requiere el empeño unánime de todos: padres, educadores, medios y responsables políticos.

Pues bien, temo que de persistir esa falta de voluntad por devolver al razonamiento el lugar que le corresponde, tales prácticas condicionen el futuro y contribuyan a empobrecer, aún más, la argumentación y el diálogo, métodos irreemplazables cuando lo que se pretende es la compresión mutua, la prevención y resolución de los problemas sociales y la mejora continua de la democracia o, lo que es igual, de nosotros mismos. Porque, tal y como yo lo veo, nada alcanzaremos contra la palabra, nada sin ella.

Publicado en El Periódico de Aragón

Es tiempo de actuar

Es el momento de dejar de pensar que puede hacer el planeta por ti y pensar qué puedes hacer tú por el planeta.

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