ACADEMIAS
Inauguración del Curso 2013-2014
EL PARADIGMA DEL CRECIMIENTO CONTINUO
Rector Magnífico de la Universidad de Zaragoza, Excelentísimos Señores Presidentes de la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis, de la Real Academia de Medicina, de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas, Químicas y Naturales, de la Academia Aragonesa de Jurisprudencia y Legislación y de la Academia de Farmacia “Reino de Aragón”, Ilustrísimos Académicos, Autoridades Señoras y Señores… Amigos:
Ha sido un gran honor para mí que la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, mi Academia, me invitase a efectuar el discurso inaugural del curso 2013-2014 de las Reales Academias en este acto conjunto.
Instituciones inspiradas en los más nobles y estimulantes principios de la Ilustración, las Reales Academias siguen reuniendo entre sus miembros, un notable acervo de saberes y conocimiento. Sus sesiones, publicaciones e intervenciones, cumplen con el objetivo de favorecer una mutua fertilización que permite actualizar y enriquecer intelectualmente a los académicos.
Desde su creación además, las Academias han jugado un papel esencial en otra de las funciones, quizás la más importante, que les fue asignada en el momento de su constitución: la transmisión de su conocimiento, haciendo con ello un servicio a sus conciudadanos, permitiendo que los avances de las ciencias de todo tipo sean más accesibles y, en definitiva, contribuyendo a mejorar la calidad de vida en sus áreas de influencia.
Sin embargo, muchas cosas están cambiando, no solamente desde la Ilustración, sino desde el siglo XX,… o, desde ayer,… y la velocidad de los cambios, ha dejado de ser previsible y controlable. Está siendo realmente vertiginosa y en gran medida impredecible. ¿Están nuestras Instituciones y, nuestras Academias entre ellas, respondiendo a las cambiantes necesidades de la sociedad?
La mayoría de las Instituciones, incluso las centenarias, hacen denodados esfuerzos por actualizarse e intentar dar respuesta a las demandas que reciben de la sociedad. En numerosos casos, mantienen estructuras y formas de funcionamiento similares al momento de su fundación, lo que en sí mismo, solamente puede ser compatible con las nuevas exigencias, si se hacen las oportunas correcciones o puestas al día y si se adaptan a los nuevos tiempos. Lo que no siempre es sencillo.
Lo habitual, es que sea difícil encontrar el necesario equilibrio entre el mantenimiento de los valores tradicionales y el cumplimiento de las necesidades actuales. Para ello, hace falta que las personas con responsabilidades institucionales de cualquier tipo, sepan integrar ambas dimensiones y ofrecer la imprescindible síntesis que la sociedad necesita.
¿Cuántas de nuestras tradiciones contribuyen realmente a mejorar nuestro mundo, y cuántas son reliquias cuyos beneficios se quedan en la capa más superficial? Pero ese análisis crítico también debería aplicarse al otro lado de la ecuación, y no siempre se hace. ¿Cuántas de las llamadas necesidades actuales son esenciales para mejorar nuestro paso por la vida, y cuántas son caprichos pasajeros sin fundamento?
Si miramos a nuestro entorno, cada uno de nosotros debería poder contestarse, hasta qué punto nos estamos acercando a esa síntesis óptima en nuestra respectiva área de competencia.
Además, las respuestas a estas preguntas, tienen que estar cuestionadas sistemáticamente por una corriente autocrítica constante que evalúe nuestro propio análisis, ya que los condicionantes externos están modificándose también continuamente.
En definitiva, la situación es tan cambiante a nuestro alrededor, que estamos obligados a un estado de reflexión permanente, y sobre todo a un estado de predisposición flexible que nos otorgue el valor de poder poner en duda lo que pensábamos ayer.
El mundo que nos rodea
Cambiemos ahora de perspectiva. Querría compartir con ustedes un ejemplo real que puede ilustrar un poco algo de lo que nos ha pasado, de lo que nos está pasando y, si lo extrapolamos adecuadamente, de lo que nos va a seguir pasando. Por discreción omitiré nombres reales y lugares exactos, pues alguno de los que estamos aquí podría identificar a alguno de los protagonistas.
Dos universitarios aragoneses terminaron su licenciatura en la Universidad de Zaragoza, en la década de los 60. Uno se licenció en Ciencias Químicas y el otro en Derecho.
El Químico, era hijo del veterinario en un pueblo de Monegros. El Licenciado en Derecho, Antonio, era hijo del secretario del mismo pueblo. Ambos amigos, habían compartido niñez, adolescencia y bachillerato.
El país, en aquellos años, se encontraba en un proceso de desarrollo económico, en el que poco a poco se iban superando las carencias residuales del final de un periodo autárquico. Indudablemente era un tiempo de oportunidades.
El consumo de proteína medio en España, era inferior al promedio de consumo de los países del entorno. El ciudadano medio español, consumía muchos hidratos de carbono, pero necesitaba mejorar su dieta y sobre todo hacerlo de una forma accesible acorde con su nivel adquisitivo.
En aquella época de economía semi-planificada, irrumpió la industria de los piensos compuestos con una fuerza extraordinaria, para cubrir la necesidad de producir carne (proteínas) para el consumo humano a un precio razonable.
En ese entorno, la producción de pollos en granjas, alimentados intensivamente con piensos compuestos producidos industrialmente, hizo que la proteína de origen avícola, fácilmente digerible, obtenida en grandes cantidades, se pusiese al alcance de todos los bolsillos.
En los albores de ese movimiento, nuestros amigos con origen en el medio rural monegrino, se dieron cuenta de varias cosas:
1.- Los piensos que se vendían en su entorno eran caros.
2.- Las fábricas nacionales se habían repartido prácticamente el territorio nacional para ahorrar costes de distribución.
3.- El ganadero no tenía capacidad de negociación.
4.- Las fábricas no asesoraban al ganadero para mejorar el rendimiento en carne de los piensos.
5.- En el mercado no había pienso para ganado lanar para atender las necesidades de media estabulación.
Las ofertas de trabajo que ambos tenían, no eran atractivas, Juan, el químico, tenía una oferta para trabajar en una planta de Cross en Cataluña y Antonio, el licenciado en Derecho, apenas podía encontrar acomodo como pasante en un despacho en Zaragoza o alternativamente comenzar a prepararse para hacer una oposición.
De forma natural, decidieron montar una empresa en su pueblo que cumpliese los siguientes objetivos:
1.- Proveer de pienso compuesto para el ganado de la comarca, incluido el lanar (Facilidad de contacto con clientes).
2.- Formular los piensos utilizando en lo posible productos de la propia comarca (Conocimientos aportados por el padre de Juan).
3.- Diseñar y fabricar los correctores minerales necesarios evitando en lo posible compras en el exterior (Conocimientos químicos de Juan).
Juan se encargaría de la fabricación y Antonio de los aspectos comerciales, Compras y Ventas así como la administración.
Con un poco de ayuda familiar, compraron un molino y una mezcladora y la instalaron en un terreno cercano al pueblo que era propiedad del padre de Antonio y que incorporaron a la sociedad que crearon ambos. Construyeron un edificio sencillo para despachos y laboratorio, instalaron un teléfono y compraron una furgoneta de segunda mano para repartir el pienso.
Se levantaban muy temprano por la mañana, producían el pienso, hablaban con clientes, repartían, resolvían problemas, asesoraban, comían donde les pillaba, asumían el trabajo entre los dos sin problemas de competencias y terminaban el día exhaustos con tiempo apenas para dormir antes de comenzar el día siguiente. Incluso en los fines de semana atendían a clientes, ya que el ganado no conoce de calendarios. Precisamente esa disponibilidad hizo que su fama se extendiera boca a boca entre ganaderos de toda la provincia. Trabajaban mucho, pero ganaban bastante dinero que les permitía reinvertir y crecer: un camión, otro molino, una nave etc.
Naturalmente hizo falta contratar gente, al tener empleados, el trabajo se compartimentó. Uno de los socios se casó y su tiempo debía repartirse con sus obligaciones familiares, en definitiva, poco a poco, se pasó de una situación "efervescente", donde todo se hacía sin cuestionar ni horarios ni asignaciones, donde cuando había un problema se resolvía sin pensar de quién era responsabilidad, se evolucionó como digo a una situación más acorde con una empresa convencional.
Al aumentar los gastos generales, fue necesario subir un poco los precios, y el diferencial con los grandes competidores, se redujo. Sin embargo, el conocimiento del medio, la cercanía y la flexibilidad, (menor que al principio pero mejor que la de la competencia) hacía que las ventas se mantuviesen. El crecimiento se frenó, pero todavía era una empresa próspera que les permitía vivir con desahogo a los dos socios y sus familias.
La empresa fabricante de piensos de dimensión nacional, molesta por la pérdida de volumen de los últimos años en la región, se tomó en serio la competencia de esta pequeña empresa y decidió hacer una campaña de precios especiales en toda la región, forzando a nuestra empresa a bajar los precios. La lucha duró poco tiempo. Nuestros amigos, habían crecido, aumentado su estructura y sus gastos y habían perdido la agresividad de los primeros tiempos. La capacidad de mantener precios competitivos se había reducido en gran medida y no pudieron luchar contra las campañas de la gran empresa que mientras tanto había adquirido un carácter multinacional.
El final, después de más de veinte años desde su ilusionante puesta en marcha, fue triste para la empresa, pero no es una historia única, ni nueva, aunque real y cercana. Sin embargo nos ofrece un ejemplo perfectamente extrapolable que explica los ciclos o fases de vida de las actividades que emprende el ser humano en general, y cuyo repaso rápido y sencillo nos ayudará a llegar a la conclusión que perseguimos.
Cualquier proyecto o actividad que queremos desarrollar, comienza por una Fase Creativa.
Es en esta fase donde se produce el momento de la concepción de la idea, el diseño de la misma, su creación y puesta en marcha. Los protagonistas, los creadores se entregan completamente a la idea. Es el momento de dar, de no esperar nada más que la consolidación del proyecto. Uno está dispuesto a sacrificar su tiempo y sus propias ambiciones. La mente está en ebullición, despierta, orientada, alerta y dispuesta a la acción.
Después de un periodo creativo de esfuerzo y entrega al nacimiento del proyecto, éste comienza a tomar cuerpo y a convertir el sueño, la idea, en realidad ; iniciando así la Fase de consolidación.
En esta fase, se ve crecer al proyecto, consolidar sus variables, cuajar sus expectativas, corregir desviaciones. Es el momento de esperar confiado en que nuestra idea va a convertirse en lo que habíamos imaginado. Nuestra mente mira vigilante alrededor anticipando peligros y cuidando del crecimiento adecuado.
Poco a poco el proyecto se va consolidando, se han resuelto la mayoría de las incógnitas, parece que funciona por sí mismo sin requerir una atención continuada por nuestra parte. Podemos vigilar a cierta distancia. Estamos entrando es lo que podemos llamar la Fase administrativa.
Ya hemos llegado. El proyecto está asentado. Es el momento de recibir. Nuestra mente mira hacia cosas que nos gustaría tener. Otros centros de interés. Se ha perdido olfato. Estamos somnolientos. Parece que nada nos puede pasar. Hemos trabajado mucho para llegar hasta aquí, es la hora de compensarnos por los esfuerzos.
Parece que somos invulnerables hasta que de una manera descarnada y casi sin avisar, aparece la última fase, la Crisis.
Casi sin previo aviso, (si no hubiésemos estado somnolientos nos habríamos dado cuenta), aparece un competidor en su sentido más amplio, que hace lo que hacemos nosotros mejor y de forma más eficiente. Solamente queda una opción para evitar el desastre:
Volver a una fase creativa e intentar repetir el ciclo o DESAPARECER.
En el siglo XX, las crisis aparecían cada dos o tres generaciones, la historia empresarial del siglo así nos lo confirma, sin embargo ahora, hoy, la situación ha cambiado dramáticamente. Apenas hay tiempo para la fase de consolidación, y la fase administrativa ha sido borrada sin piedad. El resultado de la situación actual es que estamos obligados a vivir en una crisis permanente cuya única escapatoria parece que es instalarnos en una permanente fase creativa.
Quedan muy pocas cosas estables. Hay que aprender a moverse en esa inestabilidad. Desgraciadamente, no hemos sido educados para movernos en un entorno tan inconcreto y lo que es peor, tampoco nuestros sucesores lo están siendo.
Hoy , tenemos que reconocer que sería bastante más fácil vivir si controlásemos las variables que influyen en nuestro entorno y que originan las crisis. Pero eso es una utopía.
La forma en la que nuestra generación ve lo que nos rodea, no puede desprenderse de los supuestos que eran intocables en los años en que nos formamos profesionalmente.
Y bien, aquí estamos. Instalados en una crisis global que contemplamos desde nuestro balcón privilegiado.
Los que estamos en las Academias, así como otros muchos profesionales de nuestro entorno y de nuestro segmento de edad, en general hemos sido testigos de muchos procesos evolutivos de Instituciones en las que hemos desempeñado nuestras potencialidades con mejor o peor fortuna. Acumulamos experiencias y la sabiduría que da el tiempo. Hemos atemperado nuestras ambiciones. En general, las ataduras que pudiesen condicionar la libertad de nuestras opiniones, son lábiles o inexistentes.
Tal vez seamos un colectivo privilegiado para ayudar a transmitir más y mejor nuestras experiencias. Y digo experiencias y no solamente conocimientos. Es cierto que nuestros conocimientos han contribuido a que seamos como somos, pero esos conocimientos han sido importantes, no por ellos mismos, sino porque han supuesto un potenciador que enriquece y traduce nuestras experiencias.
Bien, nuestro objetivo más importante, más allá de nuestro mutuo enriquecimiento intelectual, y nuestra evolución cognitiva, debería ser armonizar nuestra existencia con la sociedad y compartir con ella, no solamente lo que podemos saber, sino lo que podemos ser en el más amplio sentido.
Gracias al conocimiento, a la ciencia en su expresión más amplia, somos hoy capaces de alimentar y vestir a una población de siete mil millones de seres humanos, cantidad inimaginable hace un siglo. Gracias a la introducción de nuevos materiales, de nuevas formas de cultivo, de nuevos fertilizantes etc., etc., parece que puede ser posible cubrir las necesidades básicas de la población del planeta. ¿Pero, va a seguir siendo igualmente posible a medio o a largo plazo?
Nuestro mundo está convulsionado por la crisis financiera o económica que ha sido la gran protagonista durante los últimos años, pero a mí me gustaría invitarles a reflexionar sobre una idea: la realidad y las consecuencias de esta crisis, que a pesar de toda su dureza y de todas sus consecuencias dolorosas, no deja de ser una crisis de parámetros conocidos, va a seguir estando presente en nuestro mundo mientras nuestro modelo, nuestro sistema, esté dirigido por el paradigma del Crecimiento Continuo.
La exigencia de mejorar continuamente la productividad, de convertir nuestra supervivencia en una lucha estimulada por la necesidad de ser cada día mejor, más ambicioso, más rico, es lo que debe mantener vivo al sistema, tanto en el plano individual como en el plano colectivo. Esta crisis sostenida, nos obliga a estar, como ya hemos dicho, en un estado creativo permanente, con lo que eso implica de inquietud, estrés, incertidumbre, inestabilidad, aceleración, angustia etc.
Este estado que obliga a esforzarnos sistemáticamente a mejorar nuestros logros, nuestra eficiencia, nuestra productividad, induce a un movimiento expansivo infinito, en un medio finito como es el Planeta. ¿Hasta cuándo nos durará este planeta finito antes de llegar a un colapso entrópico?
Un ex-directivo de una multinacional del sector de electrodomésticos me comentaba recientemente que poco antes de jubilarse, la empresa a nivel mundial, había tenido que suspender el lanzamiento de un nuevo modelo de electrodomésticos diseñados con motores eléctricos de alta eficiencia, que incorporaba imanes de Neodimio, lo que permitía además de mejorar la eficiencia global del equipo, reducir sensiblemente su peso. La razón de ese fracaso no fue otra que el súbito incremento de precios que sufrió el Neodimio en el mercado mundial, fruto de la escasez del mineral fuera de las fronteras de China que monopoliza prácticamente el 97% de todas las tierras raras. Si bien el Neodimio es el elemento más abundante (relativamente hablando) entre los elementos llamados Tierras Raras, sus reservas no son capaces de asegurar el crecimiento exponencial que podría seguir en el mercado. Toda suerte de motores eléctricos, torres eólicas, automoción, electrodomésticos, etc., podrían incorporar este elemento aumentando la eficiencia y reduciendo el peso.
El caso del Neodimio, es solo un ejemplo que podríamos aplicar al resto de las tierras raras o de otros minerales como el Coltán cuyo uso tiene un crecimiento espectacular en la fabricación de elementos de comunicación y cuya escasez se ve agravada por situaciones de monopolio y por lo complicado que resulta su reciclaje.
Obviamente, el caso de otros recursos más conocidos como el Petróleo, el carbón, etc., nos confirma que el mundo, nuestro planeta, hoy considerado un sistema aislado, tiene recursos finitos.
¿Cómo de lejos estamos de alcanzar ese límite finito de nuestros recursos? No es fácil llegar a una forma de evaluar con exactitud esa distancia. Se han escrito muchos trabajos por científicos respetables con opiniones y resultados divergentes.
Desde acérrimos partidarios de la teoría del decrecimiento drástico e inmediato, hasta aquellos que confían ciegamente en la capacidad de la Ciencia en poder resolver los problemas de escasez de algunos elementos sustituyéndolos por otros disponibles. Desde aquellos que ven inminente un colapso de las actividades industriales en el planeta por una gran crisis energética, hasta aquellos que están seguros de resolver el problema de la energía contando con el aporte de las renovables y una nuclear más domesticada. Desde aquellos que están convencidos de que la acumulación de gases de efecto invernadero va a aumentar en pocos años la temperatura del planeta por encima de los dos grados que marcaría el comienzo del desastre, hasta aquellos que sueñan con convertir el propio CO2 en posible aliado como fuente inagotable para obtener hidrocarburos.
Una búsqueda tendenciosa hacia cualquiera de las dos direcciones nos reforzaría para situarnos en posiciones en cualquiera de los dos extremos. Sin embargo, lo más probable es que ambas posiciones extremas estarían equivocadas, serían insuficientes y no asegurarían un futuro con suficiente calidad de vida para toda la humanidad.
La evolución de los últimos años, nos dice que hasta ahora la humanidad está siendo capaz de compensar la necesidad de incrementar los recursos con los avances tecnológicos que aporta la Ciencia. Pero hasta los más convencidos de las posibilidades de la Ciencia, no pueden disipar las sombras de duda confirmadas por la escasez real de algunos de estos recursos.
Nadie puede cuestionar los avances en la eficiencia de los motores de automoción, por ejemplo. Los consumos y la generación de elementos contaminantes en la combustión son menos de la mitad de lo que consumían y contaminaban sus predecesores hace menos de 30 años. Sin embargo, tanto el consumo total como la aportación de gases de efecto invernadero que sufre el planeta se ha multiplicado como consecuencia del aumento de vehículos. Tenemos aquí un claro ejemplo de que la Ciencia ha tenido éxito pero ha sido un éxito claramente insuficiente si no somos capaces de acompañarlo con un fuerte cambio cultural que modifique nuestros hábitos. Hay muchos otros ejemplos en el mismo sentido que nos inducen a pensar en que solamente podremos solucionar nuestros problemas reforzando los resultados de los hallazgos de la Ciencia con modificaciones drásticas de nuestra conducta.
La actividad que origina más consumo de combustibles fósiles del planeta, con la consiguiente generación de gases de efecto invernadero, es el transporte. La globalización, facilita comprar y vender todo en cualquier parte del mundo y, esa flexibilidad, ha originado un extraordinario incremento en el movimiento de materias primas, materiales de todo tipo, productos intermedios y productos terminados a través de todo el planeta. Esos movimientos, muchas veces están dirigidos por la optimización del precio del producto sin tener en cuenta la carga ecológica que supone su transporte. ¿Se nos ha ocurrido pensar que posiblemente nuestros pantalones, los que estamos llevando hoy mismo, pueden tener bastante más de 30.000 Km. en cada pierna? Algodón de la India, tejido en Indonesia, teñido en Pakistán, cortado en Turquía, cosido en Marruecos y tal vez vendido en Estados Unidos o en Alemania.
Naturalmente, aquellos que no ven ninguna amenaza, pueden argumentar el fallo de algunas de las previsiones en el informe realizado por el MIT de 1975 por encargo del Club de Roma.
Sin duda será una excelente excusa para no dar credibilidad al nuevo informe encargado también por el Club de Roma cuyas predicciones son extraordinariamente amenazadoras para la estabilidad del Planeta. Sin embargo, negar la realidad nunca ha sido una buena solución a los problemas y, la realidad es que:
La introducción de conceptos como HUELLA ECOLÓGICA, predisponen a reflexionar sobre la viabilidad de otros como CRECIMIENTO o, incluso sobre el esperanzador pero no siempre entendido DESARROLLO SOSTENIBLE.
Hoy tenemos dos corrientes de pensamiento difícilmente conciliables.
Los que creen en el crecimiento continuo que se expresaría así:
1.- EL CRECIMIENTO ES LA ÚNICA ALTERNATIVA PARA NUESTRO SISTEMA. La sostenibilidad del mismo, vendrá aportada por la Ciencia y el desarrollo tecnológico.
Y los que están en contra de esa idea y que afirman que:
2.- EL DESARROLLO NO PUEDE SER SOSTENIBLE. La Ciencia no podrá satisfacer la demanda de recursos que tendrá el planeta cuando todos sus habitantes aspiren a mejorar su forma de vida.
¿QUÉ PODEMOS HACER?
No hay duda de que, si somos capaces de pensar sin dogmatismos ni emociones, ambas corrientes merecen reflexiones, análisis, estudios, planes y en definitiva una atención interesada y una dedicación de los recursos de nuestro pensamiento para explorar alternativas que ayuden a encontrar áreas de intereses compartidos en ambas corrientes aparentemente excluyentes.
Estamos en un escenario exigente y sobre todo muy cambiante, que a menudo nos desconcierta y nos hace dudar de los paradigmas que han inspirado nuestras decisiones hasta ahora.
¿Qué características debería tener el hombre moderno capaz de encajar en ese entorno tan poco seguro, tan inestable, que nos va a tocar vivir durante mucho tiempo?
Una característica fundamental, y a mi juicio la más importante, que viene exigida por el entorno competitivo en el que se desempeña el hombre moderno es sin ninguna duda el conocimiento.
Hoy es imprescindible y, cada día lo será más, la adquisición continua de conocimientos a lo largo de toda la vida. En una vida útil profesional de más de 50 años, la Universidad, institución emblemática en la función de la transmisión de conocimientos, apenas interviene en el 10% de ese período. ¿No nos parece chocante que el 90% del periodo de adquisición de conocimientos del ser humano a lo largo de su vida esté fuera del entorno universitario?
El conocimiento va a seguir siendo imprescindible ante los retos que se nos avecinan. Por un lado, para profundizar en el desarrollo de alternativas científicas y tecnológicas que amplíen los límites de las posibilidades de los recursos del planeta, desarrollando usos alternativos, nuevos materiales, resolviendo problemas energéticos y de contaminación irreversible y, remediando en lo posible, los efectos nocivos del incremento brutal de los consumos.
Pero además del conocimiento puramente científico, se deberá trabajar en alternativas que pongan en cuestión el Crecimiento Continuo como única solución para mejorar la calidad de vida. Sin duda hay otras formas, otros paradigmas que tendremos que desarrollar, que implican cambios drásticos en nuestra forma de vivir. Habrá que hablar más de moderación, de conservación, de equilibrio y ¿tal vez de decrecimiento sostenible? . Y para ello, también hace falta el saber y el conocimiento, pero con un perfil diferente y complementario del anterior.
El habitante del planeta va a ir enriqueciendo sus saberes a lo largo de toda su vida. Confiemos que en todo ese periodo de más de 50 años de vida profesional útil, la Universidad adquiera progresivamente más protagonismo. Aunque sea a costa de convertirse en una Nueva Universidad.
No obstante, por encima de cualquier otra consideración, es importante no olvidar que, previsiblemente, los cambios se van a producir en un entorno de tensiones y violencia en determinadas zonas del planeta en el que se materializarán enfrentamientos y luchas inevitables entre aquellos que aspiran a mejorar sus condiciones de vida y aquellos que no quieren empeorar las suyas. Me temo que, el transcurso del tiempo no trabaja a favor de transiciones armónicas y apacibles. Tampoco los intereses de los centros de decisión que hoy controlan la marcha de nuestra parte del mundo. Es por tanto importante la celeridad con la que seamos capaces de reorientar el futuro.
Entre todos habrá que encontrar la mejor solución posible, sobre todo, teniendo en cuenta que el Paradigma del Crecimiento Continuo, indiscutido hasta ahora en la mayor parte del mundo desarrollado, está generando ya, serias dudas y desconfianzas sobre nuestro futuro a medio plazo.
Muchas gracias.
José Luis Marqués