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Martes 22 de Mayo de 2012

Por Cristina Monge - Directora de proyección externa de ECODES

La Real Academia de la Lengua define “austero”, en su primera acepción, como “Severo, rigurosamente ajustado a las normas de la moral.” Si la política económica y en especial, la presupuestaria, quiere ser austera, habrá que preguntarse qué es ajustado a las normas de la moral.

En el estado social en que vivimos, los valores y principios jurídicos consagrados en nuestra Constitución, que son los que nos dan pistas sobre nuestras normas morales, hablan de libertad, justicia, igualdad y pluralismo político. Lo austero, por tanto, será aquello que garantice la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político.
Como puede verse, todos son valores que actúan como grandes referencias, como aquel horizonte que se aleja conforme avanzamos, pero al que, a tenor del pacto social del que nos hemos dotado, tenemos la obligación de acercarnos.
Valores todos ellos de amplio alcance, para cuya aplicación se necesitan políticas de largo plazo, alejadas de las tiranías que marcan los tiempos electorales. Eso exige, a la hora de planificar y, en los tiempos que corren, a la hora de recortar, tener presente la diferencia entre gasto e inversión.
Gastamos cuando pagamos un precio no esperando más que un beneficio inmediato, en forma de bien o servicio. Sin embargo, invertimos cuando, al pagar ese precio, esperamos obtener rentabilidad - económica, social o ambiental – a corto, medio y largo plazo.
Gastar e invertir pueden hacerse con más o menos eficacia y eficiencia, y todo lo que sea mejorar en estos parámetros correctamente definidos e identificados, será bienvenido en cualquier sector.
Pero esta máxima de la eficacia y la eficiencia no puede llevarnos a confundir los términos: Para ser austeros, hemos de ajustarnos a los valores morales, que en nuestra Constitución están definidos, y cuyo progresivo alcance necesita de inversiones. Por eso, resulta trascendental la diferencia.
En las últimas semanas estamos teniendo numerosos ejemplos que ponen de manifiesto la dificultad que tiene el gobierno para diferenciar entre gasto e inversión: Los recortes en educación o la moratoria a las renovables, son sólo una muestra.
Ya a mitad del siglo XX los Estados entendieron que el dinero que se destinaba a la educación debía servir para aumentar la formación de la población e impulsar así el desarrollo económico del país, lo que llevó a un aumento espectacular de la escolarización y de los sistemas educativos. La función del Estado se concretó, años después, en garantizar la igualdad de acceso al sistema educativo como manera de avanzar en la igualdad de oportunidades. Ya entonces la educación no era un gasto, sino una inversión.
Hoy en día, si existe consenso en afirmar que la salida de la crisis ha de venir de la mano de la innovación y el desarrollo, resulta inexplicable, inmoral, y por tanto, poco austero, que se estén proponiendo recortes en el ámbito de la educación. Recortes, además, que no son la conclusión de un análisis de eficacia ni eficiencia, sino el producto de la parte que toca recortar, como si se tratara de cualquier otra partida de gasto.
Otro caso de confusión de gasto e inversión lo encontramos en la política que se viene articulando en torno a las energías renovables. Hay que empezar recordando que España no sólo tiene la materia prima (sol, aire…), sino que a lo largo de los años, ha desarrollado tecnologías innovadoras que han permitido, junto a políticas de apoyo de los diferentes gobiernos, ser líderes internacionales en el campo de las energías renovables.
Sin embargo, en los últimos meses, dos decisiones de dos Consejos de Ministros (el primero socialista, el segundo popular), han terminado con los apoyos a las energías del futuro. Según las previsiones del Plan de Energías Renovables 2011-2020, esto supone la pérdida de 62.000 millones de euros en nuevas inversiones y de cerca de 300.000 empleos.
Más allá del debate de las primas, que excede a estas reflexiones y en el que se ha generado interesadamente mucha confusión, en dos decisiones hemos acabado no con un gasto, sino con una inversión, esta vez en forma de estímulos a la inversión de otros, que nos han hecho perder el liderazgo internacional. Curiosamente, hoy, el presidente electo francés François Hollande, propone que, en el país de la nuclear por excelencia, se vaya reduciendo el peso de esta energía y se apueste por la energía renovable.
De esta crisis saldremos fortalecidos si conseguimos construir un camino diferente al que nos ha traído hasta aquí. De ahí que sea absolutamente imprescindible distinguir lo fundamental de lo accesorio y el gasto de la inversión.
Publicado en el Heraldo de Aragón

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