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Viernes 01 de Febrero de 2013

Por Cristina Monge Lasierra, politóloga.

«Pese a que hay quien lo duda, os necesitamos. Sobre todo, quienes no disponemos de rentas ni poder ni otros medios para defendernos»

ESTIMADOS políticos: Estáis pasando malos días, el año ha comenzado con nuevos casos de corrupción en partidos e instituciones. Financiación irregular de partidos políticos, sobresueldos en sobres, puertas giratorias de lo público a lo privado que permiten beneficiarse de favores prestados y un largo etcétera que a más de uno os habrá quitado el sueño. Debe de ser duro, cuando alguien trabaja por unos ideales, como vocal de una junta de distrito, como alcalde o concejal de un municipio, como diputado o en cualquier otro foro, que las siglas bajo las que se pelea se vean pringadas por quienes han hecho de la corrupción su forma de vida.
Os habréis preguntado muchas veces por las causas de este fenómeno: la avaricia humana, la deficitaria regulación de la financiación de los partidos, la mal resuelta entrada y salida de las instituciones de cualquiera que, sin ser millonario ni funcionario, quiera dedicarse a la política. Buena parte de estos problemas están resueltos en otros países, con legislaciones que regulan de forma realista la financiación de los partidos, con sistemas de retribución justos y transparentes para los que se dedican a gestionar lo común, con incompatibilidades entre lo público y lo privado.
Seguro que pensáis que la picaresca y el engaño son intrínsecos a nuestro carácter mediterráneo. De ahí que exista semejante permisividad social ante la corrupción o que las prácticas irregulares se hayan extendido capilarmente a todos los ámbitos de la sociedad. También habréis argumentado que vuestro trabajo se invisibiliza ante las informaciones escandalosas, pero ya sabéis que la noticia es lo excepcional. Salvo que hagamos de la normalidad algo noticiable, pero eso es otra cosa. Y, además, ¡menos mal que las cosas se van sabiendo!
Entiendo que os sintáis acorralados e injustamente tratados por quienes ven pasar la vida desde el salón de su casa y jamás se han planteado que trabajar por lo que es de todos es una de las tareas más nobles. Estáis en un sitio privilegiado para cambiar las cosas. Si vuestros partidos no son democráticos ni la toma de decisiones es transparente, tenéis el deber de exigirlo. Si detectáis conductas irregulares, deberíais ser los primeros interesados en denunciarlas y apartar a cualquiera que manche la ética y el nombre de la organización. Y si el problema es que la corrupción se ha institucionalizado de tal manera que es imposible acabar con ella sin bajar la persiana, adelante, merecerá la pena. De lo contrario, vuestro trabajo se verá empañado irremediablemente, se os considerará cómplices y la confianza que necesitáis para poder ser representativos saltará por los aires.
Estamos ante un drama de tremendas y múltiples consecuencias. Porque, pese a que hay quien lo duda, os necesitamos. Sobre todo, quienes no disponemos de rentas ni poder ni otros medios para defendernos de los que pretenden imponer su voluntad. Mientras no encontremos sistema mejor –y veinte siglos de pensamiento no lo han conseguido–, sois una pieza clave en esta maltrecha democracia que unos califican como secuestrada, otros en suspenso, otros irreal, pero que todos coinciden en señalar que está malherida. Si arraiga la creencia de que estamos en un sistema tramposo, la ciudadanía se sentirá liberada de sus obligaciones y el contrato social en que se funda nuestra convivencia se habrá roto.
Si, entre los que estáis en las instituciones, los que trabajamos desde organizaciones sociales, los que elaboran pensamiento y discurso para hacer un mundo mejor, no conseguimos liberar a la democracia del secuestro al que los especuladores la tienen sometida, estaremos abriendo las puertas a dos escenarios a cuál más tenebroso: el de la extrema derecha y el del populismo, que encuentra en estos momentos de confusión, zozobra e impotencia su mejor caldo de cultivo.
Como recuerda Stiglitz: «La erosión de la confianza perjudica a la economía. Pero lo que está ocurriendo en la esfera de la política puede ser aún peor: la quiebra del pacto social puede tener unos efectos todavía más odiosos». Amigos, amigas, ¡ánimo y valentía!

Publicado en Heraldo de Aragón.

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