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Domingo 24 de Abril de 2011

Por María José González Ordovás - Consejera de Ecodes. Profesora de la Universidad de Zaragoza.

Rodeados como estamos de estadísticas, informes, datos, opiniones y demás pareceres buscar algo de sinceridad en esa catarata de verdades resulta tan agotador que pocos son los que sacrifican su tiempo a ello. No digo yo que todos mientan, ni siquiera que la mayoría lo haga, lo que digo y tomo prestado de Goethe es que erramos cuanto más hablamos y nosotros no dejamos de hacerlo: tertulias, algunas buenas y muchas no tanto, rellenan nuestros tiempos de vela y espera. Parece que siempre ha sido así, forma parte de nuestra condición humana, sin embargo, aprecio hoy verdaderos esfuerzos por torcer, manipular o tergiversar la verdad. Diría más, nos estorba porque nos inquieta y perturba el que dice demasiadas verdades. En la película de Jean Renoir La regla del juego uno de los personajes es apartado del grupo de los triunfantes y exitosos con los que siempre se desea estar porque resulta "demasiado sincero".



La inflación de la palabra parece que conduce a la deflación de la verdad, por utilizar el lenguaje más importante de nuestros días, el económico. Así las cosas la sinceridad como aspiración a la coherencia parece convertirse en un acto casi heroico. A medio camino entre la publicidad y la propaganda los argumentarios, por ejemplo, tratan de eludir el enfrentamiento con la complejidad, como si negarla fuera suficiente para suprimirla. Pero no, negar la complejidad sólo consigue sortearla, esquivarla para ganar algo de tiempo, no mucho, no lo suficiente. No es preciso ser un avezado investigador para reparar en ciertas verdades que suenan a inverosímiles, que parecen o habrían parecido mentira hace unos pocos años: que China sucederá en breve a EEUU como potencia económica mundial (quien nos hubiera dicho que el gigante comunista hoy reconvertido al socialcapitalismo sería capaz de aleccionar a todo el planeta), que los países árabes están promoviendo revueltas y cambios sociales que reparen su dignidad herida o que se puede mantener un Estado Social sin impuestos.

Juicios personales elevados a la categoría de verdades absolutas o reveladas, mentiras repetidas con el aliciente de pasar por verdades, verdades inverosímiles... y mientras tanto la política, arrinconada por los "imperativos categóricos de la Economía", buscando su hueco, un hueco tan preciso como pequeño. Sin otra certidumbre que todo está en continuo movimiento, adaptación y reforma y que la velocidad misma con que se suceden los acontecimientos es un acontecimiento en sí, con carta de naturaleza propia, que dificulta que el pasado pueda servir como única guía en un mundo en permanente autodefinición.

Así las cosas, creo que la idea de crisis no es algo anómalo dentro de nuestro sistema sino que con la normalidad que permite el desasosiego se ha incorporado a nuestro modo de vida. Para el recuerdo quedan aquellas épocas que podían contarse por siglos y decenios, el nuestro es un escenario distinto, anómico porque el necesario acomodo a las nuevas realidades y verdades, inverosímiles o no, supera en gran medida nuestra capacidad de adaptación. Ahora más que nunca resulta preciso reivindicar el espacio del matiz, de la búsqueda de la diferencia que impide que todo se reduzca a un cascarón vacío.

Publicado en

El Periódico de Aragón

Es tiempo de actuar

Es el momento de dejar de pensar que puede hacer el planeta por ti y pensar qué puedes hacer tú por el planeta.

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