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Jueves 01 de Octubre de 2009
Beatriz Román Alzérreca Como sugieren muchos autores, los problemas ambientales están estructuralmente ligados a la economía. Es un amplio consenso, que la ciencia económica se ha separado de la dimensión ambiental, lo cual está evidenciando graves consecuencias para el ecosistema. Se acepta la teoría de que con la revolución científica de los siglos XVII y XVIII se consolida una visión parcelaria del conocimiento, con una noción de economía separada de la naturaleza y centrada en lo monetario (Aguilera, 1998). A partir de entonces, todos los fenómenos que no puedan expresarse en términos monetarios son considerados como no económicos.

Por otro lado, la expansión global de la actividad económica ha provocado daños importantes sobre el medio ambiente, lo que se traduce en una gestión insostenible de los recursos, con una sociedad que ha olvidado que los recursos naturales son finitos. Las economías modernas (especialmente las economías ricas, que además generalmente sirven de modelo al resto del mundo) tienen un funcionamiento radicalmente diferente al propio de los ecosistemas naturales. Globalmente se estima que el 20% de la población mundial, la de los países más ricos, utiliza el 80% de los recursos naturales totales extraídos tanto en sus países como en otros más lejanos. El enorme flujo de energía y materiales removidos anualmente para cubrir las demandas humanas es un buen indicador del impacto ambiental, así como también de que hoy en día las actividades humanas no solo alteran las condiciones ambientales locales sino que sus efectos ecológicos adquieren una dimensión global al afectar a terceros territorios (Roca, 2000).

¿Como replantear el sistema convencional?

Un replanteamiento que gira en torno a encontrar un balance entre las aspiraciones de bienestar de la sociedad en su conjunto y la capacidad del ecosistema global para permanecer indefinidamente sin ser amenazado por la actividad humana se manifiesta desde dos enfoques: la economía ambiental y ecológica.

La primera, trata a la naturaleza como un subsistema de la economía. Concibe el sistema económico como un circuito cerrado y permanentemente equilibrado. Esto significa, que las soluciones propuestas se sustentan y acogen al sistema actual y giran en torno a las valoraciones monetarias, la creación de un mercado ambientalmente rentable, los impuestos pigouvianos (fijados por parte del sector público), la privatización del medioambiente y las negociaciones entre afectados.

Por su parte, el segundo enfoque, desde la economía ecológica, se trata de llevar a cabo una reconstrucción conceptual de la economía, considerándola como un subsistema de la naturaleza. El proceso de producción económica debe representarse como un sistema abierto y dependiente de la energía y materiales que intercambia con el medio ambiente. Esto implica que la noción de economía debería detenerse al menos en tres aspectos (Aguilera, 1998): a) el replanteamiento o reconstrucción de las nociones económicas que han sido creadas para tratar cuestiones en un contexto de sistema cerrado, es decir, como si no existiera ni la biosfera ni las leyes físicas; b) la necesidad de estudiar a fondo los ecosistemas, para conocer qué es lo que realmente lo que se va a gestionar; y c) decidir, desde el punto de vista normativo, pero de manera flexible y siendo conscientes de que sabemos poco, qué estilos de vida y de desarrollo son compatibles o sostenibles con los diferente ecosistemas.

Ambos apuntan y se conciben de manera diferentes. Mientras la economía ambiental considera que la degradación ambiental y la sobreexplotación de los recursos son efectos de las fallas del mercado (o externalidades), en el enfoque de la economía ecológica las externalidades son consideradas como algo inherente a los procesos de producción y de consumo, por lo cual, su propuesta es más interdisciplinaria y se basa en modelos de causa y efecto.

Cualquiera sea el enfoque, si lo que pretendemos es vivir mejor y más equitativamente sin comprometer el bienestar de las generaciones futuras hay un consenso en la necesidad de reestructurar la economía y de incorporar el medioambiente en nuestras decisiones económicas. No obstante, respecto a frenar el crecimiento las opiniones divergen. Mientras aún quedan algunos optimistas del primer enfoque que creen en la relación de crecimiento y “ganar –ganar” ambiental; otros muchos vemos que, ante los actuales niveles de consumo es imposible hablar de sostenibilidad. De acuerdo a Riechman (2006), el desarrollo sostenible, en un país del Norte (vale decir: ya sobredesarrollado), implica no crecer más, e incluso decrecer en ciertas magnitudes. Ahí está toda la enorme dificultad, que nos exige distinguir radicalmente entre crecimiento y desarrollo sostenible.

Es tiempo de actuar

Es el momento de dejar de pensar que puede hacer el planeta por ti y pensar qué puedes hacer tú por el planeta.

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