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Martes 20 de Enero de 2004

La alarma no estaba del todo justificada; la posibilidad de sufrir daños corporales como consecuencia del impacto de un meteorito es muy escasa; que se sepa, sólo un mamífero ha muerto como consecuencia del impacto de un meteorito: un pobre perro egipcio que paseaba por Alejandría, en 1911, cuando el cielo se desplomó sobre su cabeza. No nos ha llegado su nombre. En lo que se refiere a los posibles daños materiales, al bolsillo, los meteoritos son, sobre todo, una bendición. Me explicaré. En octubre de 2003, el reputado diario norteamericano The Washington Post daba cuenta de la historia de los propietarios de una tienda de regalos de Nueva Orleáns; al llegar a su casa un día del pasado mes de septiembre de 2003, descubrieron que algo había causado considerables daños. Al encontrar agujeros del tamaño de pelotas de tenis en el tejado, imaginaron que algo había caído de un avión en pleno vuelo. Fue la policía quien, una vez aplicadas sus dotes deductivas, les anunció que el causante no era otro que un objeto interestelar. Un meteorito. Fragmentos del mismo, incluyendo trozos del tamaño de una mano, fueron encontrados en la planta baja de la casa. La conclusión fue después confirmada por el departamento de geología de una universidad cercana.

Al parecer, la composición de los objetos, de nombre condritas, indicaba que procedían del cinturón de Asteroides entre Júpiter y Marte. Relativamente comunes. Como es natural, en un principio los propietarios estaban desolados. Sin embargo, el objeto presentaba ciertas particularidades; se trataba del primer meteorito que, se supiera, había caído en Nueva Orleáns; no sólo eso, sino que había caído en casa de alguien, lo que le confería un valor especial. La desazón de la familia terminó cuando alguien les contó que existía un mercado para ese tipo de cosas; que había gente dispuesta a pagar mucho dinero por el pedrusco que les había caído encima. De hecho, les contaron, existen intermediarios dedicados profesionalmente, a tiempo completo, a la compra y venta de meteoritos.

Al parecer, el mercado de meteoritos viene experimentando un boom en los últimos años; como consecuencia de Internet (suelen venderse en la casa de subastas eBay) y de los descubrimientos en el Sahara y otros lugares remotos, la oferta de material interestelar se ha multiplicado. Aunque no tanto como su demanda. Uno de estos profesionales, consultado por el Washington Post, declaraba que el valor del meteorito caído en Nueva Orleáns podría rondar los trescientos mil dólares. Millones de dólares si finalmente se hubiera descubierto que la roca procedía de Marte, o de la Luna. Los daños causados por el impacto ascendían a diez mil dólares. Un buen negocio.

Como es sabido, la escasez constituye un factor decisivo en el precio de un bien. Siempre que exista demanda para el mismo, claro. El caso anterior constituye un claro ejemplo; la diferencia de precio entre un canto rodado y un meteorito viene determinada fundamentalmente porque éste último viene de Júpiter. Hay pocos. El altísimo precio del caviar, introducido en Europa por mercaderes venecianos en el siglo XIV, y uno de los platos favoritos de Galileo, tiene como causa que el esturión es una especie en vías de extinción; además, el comercio de caviar está estrictamente regulado. Es escaso. De hecho, un contrabandista puede obtener en el mercado negro veinte mil dólares por el contenido de una maleta de caviar. El precio final al consumidor sería de cien mil dólares. Así lo cuenta Inga Saffron en su Caviar: The Strange History and Uncertain Future of the World's Most Coveted Delicacy (Broadway, 2002). La escasez no tiene porque ser natural; puede crearse artificialmente. Los meteoritos y el caviar parecen, por el momento, sufrir de escasez perenne. No siempre sucede lo mismo. Alguien podría decidir que para mejorar la cuenta de resultados no hay nada como regular la cantidad disponible de su producto en el mercado. Para esto último sólo hace falta que uno o varios productores disfruten del suficiente poder de mercado como para controlar la cantidad de producto disponible y, por tanto, su precio. Para evitar esa tentación existen los tribunales de defensa de la competencia. Conseguir escasez artificial ha sido, históricamente, la estrategia fundamental en algunas industrias. Esa parece ser la razón de la existencia de la Organización de Países Exportadores de Petróleo, o de De Beers, el consorcio que controla buena parte de la producción de diamantes en el mundo y que nos hace creer que el precio de las piedras está justificado por su escasez.

En suma, la escasez es buena para quién la controla. Así que, la próxima vez que vean un meteorito, no duden en salir tras él.

Artículo publicado por Ramón Pueyo en Heraldo de Aragón, el 18 de enero de 2004.

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