background-position

Archivo ECODES

Este es un contenido de archivo, y posiblemente este desactualizado.
Para acceder a los contenidos actuales de la web de ECODES pincha aquí.

Viernes 13 de Junio de 2003

Nadie se atreve a mencionar el término capitalismo popular. Se quiso identificar con el interés de los ciudadanos por el mercado de acciones, antes de que pasara lo que pasó. Se estimuló desde los poderes públicos. Se aplaudió desde las empresas. Se puso en relación con el sistema de capitalización de las pensiones. Murió con la crisis bursátil. Nadie quiere recordarlo. Y, sin embargo, como casi todas las modas gastadas, merece un homenaje. Porque pudo ser una innovación social.

Las empresas y los ciudadanos se encuentran en los tres mercados principales que definen cualquier economía: el mercado de producto, el mercado de trabajo y el mercado financiero. Los mismos protagonistas en tres espacios diferentes de decisiones. El cuarto mercado social, el electoral, enfrenta a ciudadanos y partidos políticos. Por alguna razón de difícil discernimiento, las empresas han querido aplicar lógicas distintas a su comportamiento en los tres mercados en los que operan. En el de producto, ha prevalecido en los últimos años la retención de la base de clientes a través de la fidelización; en el de trabajo, la flexibilidad de las plantillas; en el de acciones, el si te he visto no me acuerdo. Y es así como hemos desembocado en la paradoja de sentirnos, a la vez, deseados, prescincibles y asaltados por el minúsculo puñado de empresas que configuran la realidad de la economía de mercado. Al parecer, éstas se niegan a reconocer su importancia social y, lo que es peor, a entender que son esclavas de sus apellidos. Insisten en dividir su alma, como si al otro lado de la mesa consumidores, trabajadores y ahorradores fueran individuos distintos. Tampoco parece preocuparles que padezcan, junto con los partidos políticos, la peor de las valoraciones que los ciudadanos europeos otorgan a las instituciones sociales, de acuerdo con el Eurobarómetro y que, según la misma fuente, tal valoración venga sufriendo un declive notorio a lo largo de los últimos años. Aunque son muchos los que vaticinan un futuro difícil a los partidos como mecanismos de encauzamiento de la voluntad popular, nadie sería capaz de vislumbrar un mundo en el que las empresas estén ausentes.

Los defensores más agudos del capitalismo suelen recordarnos su potencia alumbradora de nuevas ideas. Están en lo cierto, además, cuando sostienen que la misma adquiere su mejor manifestación en las reglas del comercio que impiden el engaño y premian la competencia en el mercado de producto: son la base de la confianza. Es llamativo, sin embargo, que alcen los hombros cuando el ahorro huye del mercado de acciones, dándolo por inevitable; también lo es que disculpen el sacrificio de talento y experiencia que resulta de las políticas de recursos humanos de un gran número de empresas. Algún día, sin embargo, el capitalismo actual querrá prescindir de tanto despilfarro. Será cuando las empresas reconozcan su importancia y que no cabe dividir su alma entre los mercados en los que operan.

Alberto Lafuente Félez es miembro del Consejo Editorial de EXPANSIÓN y La Actualidad Económica

Es tiempo de actuar

Es el momento de dejar de pensar que puede hacer el planeta por ti y pensar qué puedes hacer tú por el planeta.

Actúa YA como persona, como empresa, entidad o administración:

Aviso legal | Privacidad | Cookies