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Martes 25 de Noviembre de 2003

Hasta hace poco, Martha Stewart engrosaba la lista más selecta de empresarios americanos hechos a sí mismos. Incluso formaba parte del Consejo de Administración de la Bolsa de Nueva York. Allí, tuvo el honor de compartir responsabilidades con David Komansky, consejero delegado de Merrill Lynch, que pagó cien millones de dólares para resolver las demandas por conflictos de interés entre sus divisiones de análisis y banca de inversión; o con Jean Marie Messier, ex de Vivendi Universal, a quien su antigua compañía acabó llevando a los tribunales por discrepancias sobre su millonaria indemnización por cese; también con el gran Richard Grasso, de quien recientemente se ha sabido que recibió el año pasado 140 millones de dólares como retribución como presidente de ese Consejo. Martha Stewart era (y es, pero ahora por otras razones) uno de los personajes más famosos de Estados Unidos; su imagen pública lideraba un imperio de la decoración, la moda, la cocina y el estilo de vida. En 1999, decidió consolidar sus negocios en una compañía, Martha Stewart Living Omnimedia, de la que posee el 61% de las acciones y el 94% de los derechos de voto. La compañía tenía en su fundadora, ex-modelo, su principal activo. Martha Stewart era un icono; tenía sus propios espacios en alguno de los programas más populares de la televisión norteamericana. Hasta junio de 2003 continuaba presidiendo la compañía. Tuvo que dimitir.

La Cocina de Martha

Según la acusación, Martha Stewart utilizó información privilegiada cuando un buen día de diciembre de 2001 vendió las acciones que poseía de la compañía de biotecnología Imclone. La venta de Stewart no pudo ser más oportuna; un día después, el organismo estadounidense competente, la FDA, anunciaba la decisión de no autorizar la salida al mercado del Erbitux, medicamento contra el cáncer en el que Imclone tenía depositadas una buena parte de sus esperanzas. Meses más tarde, en junio de 2002, el presidente de la compañía, Sam Waksal, era arrestado; se le acusaba de vender, el día anterior al anuncio de la FDA, las acciones que poseía de la compañía y de invitar a su familia - su padre y dos de sus hijas siguieron su sabio consejo-, y amigos a hacer lo mismo. Entre estos últimos se encontraba Peter Bacanovic, el mismo corredor de bolsa de Merrill Lynch que había recomendado a Martha la venta de sus acciones. Entre lágrimas, Sam Waksal fue condenado en junio de 2003 a siete años de prisión y a pagar más de tres millones de dólares de multa. El pobre Waskal seguramente pensó que no era preceptivo pasar por la vergüenza de perder unos millones de dólares; había atajos, y los miembros de su consejo de administración los conocían bien. De hecho, uno de sus consejeros, John Mendelsohn, había sido también miembro del comité de auditoría de ENRON. A Waksal no se le pasó por la cabeza que las autoridades pudieran tener interés en conocer las razones que llevaban al presidente de Imclone a vender parte de sus acciones justo el día antes de que se anunciara una decisión que podía poner en un aprieto el futuro de la compañía.

La diligencia bursátil permitió a Martha Stewart salvar casi 50.000 dólares, la minusvalía en la que hubiera incurrido si hubiera mantenido su cartera hasta cierre del mercado en el día en el que se anunció la decisión de la FDA; su fortuna estaba valorada en aquel momento en aproximadamente mil millones de dólares. Debería haber mantenido las formas: recordemos que Martha Stewart era consejera de la Bolsa de Nueva York. Sin embargo, no fue la única en vender: su hija, y una amiga, también vendieron sus acciones oportunamente. Los cincuenta mil dólares han acabado costándole varios cientos de millones de dólares, según estimación de la propia directiva. Se enfrenta, además, a una petición condena de treinta años de cárcel. Cincuenta mil dólares bastante caros. Quizá, debería haber aprendido de su amigo Michael Milken, redimido ex rey de los bonos basura durante los años ochenta, condenado subsecuentemente por fraude a diez años de prisión, ahora libre, y a quien Martha prologó su libro de cocina.

Hasta aquí, la simple narración de un caso de utilización de información privilegiada; simple codicia. A veces, la gente inteligente se comporta de forma estúpida. Por ejemplo, es habitual que los humanos manifiesten actitudes distintas cuando se enfrentan a situaciones que pueden mejorar o empeorar su situación. La asimetría de comportamientos (pájaro en mano, cuando se trata de tomar decisiones que pueden mejorar nuestra situación; jugársela, cuando se trata de hacer frente a un daño) hace a los hombres adversos al riesgo para unas cosas, y jugadores empedernidos para otras. Digamos que el primer comportamiento asocia la prudencia al éxito; mientras que el segundo es el origen de un fenómeno curioso: el miedo a perder suele engendrar conductas aventuradas. Lo demostró hace bastantes años Kahneman, Premio Nobel de Economía.

Relaciones de Parejas

Hasta la acusación, parecía que las culpas iban a recaer exclusivamente sobre Waksal. No por mucho tiempo. Las relaciones personales entre los protagonistas de esta historia eran demasiado intensas como para que fueran pasadas por alto por los responsables de la SEC.

Sólo dos años antes, Waksal era uno de los empresarios más admirados en Wall Street: filántropo, coleccionista de arte y muy rico. Sam Waksal y Martha Stewart se conocían bien; durante años Waksal fue el novio de la misma hija que había vendido las acciones antes del anuncio de la FDA. Todos formaban parte, junto con Bacanovic –sí, el corredor de bolsa de Stewart- del mismo círculo social. Bacanovic trabajó durante dos años para Imclone. Fue contratado después por Merrill Lynch, donde disfrutó de la vida contemplando el subidón bursátil y comerciando con las acciones de Imclone. Mientras Bacanovic daba a sus amigos el chivatazo sobre Imclone, después de hablar con Waksal y Stewart, su amigo Eric Hecht, jefe de biotecnología en Merrill Lynch, recomendaba la compra del valor. Martha Stewart y Sam Waksal empezaron a intimar cuando éste último salía con la hija de aquélla. De casi yerno, Waksal pasó a ser pareja de Martha Stewart. La bolsa y los negocios unen mucho; además, sus biografías son similares.

Waksal era también un empresario hecho a sí mismo; Sam Waksal y su hermano Hakal –a quien Sam debe agradecer el chivatazo acerca de la decisión de la FDA- fundaron Imclone en 1984. Las similitudes no acaban ahí: tanto Sam como Martha decidieron abandonar a sus parejas anteriores una vez alcanzada la cima de su éxito. En el caso de Martha Stewart, después de veintinueve años de matrimonio. Sam abandonó a su mujer e hijos para vivir con la hija de Martha, Alexia, poco después de conocerla, y antes de preferir a su madre (de Alexia). Aunque la antropología de los Ceo´s es una disciplina académica joven, ha establecido evidencias robustas sobre la propensión de los triunfadores al divorcio y a la liposucción. Nada raro: los millonarios sobrevenidos suelen cambiar de pareja y amigos. Se avergüenzan de quienes los conocieron antes de ser emperadores. Además, les cansa tener que volver a casa a sacar la basura y soportar la celulitis y/o calvicie de su pareja, después de ocho horas de adulación y reinado absoluto. USA Today interrogó a una muestra de presidentes de compañías americanas divorciados sobre las razones de la incompatibilidad entre matrimonio y dinero. La explicación era sencilla: ego y oportunidad. Ego, porque los triunfadores quieren estar con quienes les conocen en sus ámbitos profesionales; son reyes. Oportunidad, porque el poder provee escarceos. En este mismo sentido, conviene prestar atención a la psicología de los Ceo´s americanos, tan bien estudiada por Steven Berglas, del Departamento de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de Harvard, ahora en UCLA (www.berglas.com): los Ceo´s en la cumbre son propensos a tres tipos de patologías: comportamientos autodestructivos, desdén por las consecuencias perjudiciales de sus decisiones y una desmedida afición al sexo.

Sin embargo, el vínculo amoroso suele ceder ante el instinto de especie cuando las cosas vienen mal dadas: Waksal se declaró culpable de los cargos que se le imputaban a cambio de que fueran retirados los que recaían sobre su padre y su hija. Quizá, la actitud respecto de su amiga Martha sea distinta: un informativo de la CNN debatía hace unas semanas la posibilidad de que Sam Waksal cooperara con las autoridades en contra de Martha Stewart, para ver así reducida la duración de su condena. Bajo presión, claro. Está por ver.

Inocencia

A la codicia y el sexo se une un tercer factor propiciador de las decisiones insensatas en el capitalismo último: la confianza en las propias decisiones. No tiene que ver con la arrogancia; determinada gente, al alcanzar el éxito, tiende a considerarse invulnerable. La acumulación de victorias les lleva a ignorar la posibilidad de cometer errores de juicio. Se acomodan en el éxito permanente. Los principales protagonistas de la tragedia de Imclone eran gente de fortuna. “He venido a hablar de mi ensalada” fue la airada respuesta de Stewart al ser preguntada en la televisión norteamericana por sus manejos con Imclone, cuando el escándalo comenzaba a adquirir forma. Había acudido a presentar su último libro de cocina. Después se supo que Stewart se había puesto de acuerdo con Bacanovic para mentir ante los investigadores de la SEC declarando que había establecido una orden de venta con Bacanovic por medio de la cual la venta de Imclone sería inmediata cuando el valor cotizara por debajo de sesenta dólares. Pretendían que la mentira les sacara de apuros. Por supuesto, lo documentos que demostraban esta orden de venta nunca salieron a la luz; los reguladores añadieron unos años más de petición de condena.

Naturalmente, la confianza conduce inevitablemente a refugiarse en la mentira y en la negación de la verdad, cuando el desastre amanece. Sólo así puede explicarse el anuncio a toda página publicado en USA Today por Martha Stewart el día después de que se la acusara formalmente. Dirigido a “amigos y leales seguidores”, decía así: “Quiero que sepáis que soy inocente y que lucharé por limpiar mi nombre...Los intentos del Gobierno de criminalizarme no tienen ningún sentido. Tengo confianza en que seré exculpada de estas acusaciones sin pruebas.

Artículo de Alberto Lafuente y Ramón Pueyo.

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Artículo publicado originalmente en el diario El País, el 28 de septiembre de 2003

Es tiempo de actuar

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